No pasaba de los cinco años cuando descubrí una gringa en mi casa. Así como lo leen, una gringa güera, lacia y ojiazul estaba de huésped en mi mismísima casa.
En los años setentas el vije con los hongos alucinógenos y el chamanismo estaban en su plenitud, cientos de extranjeros llegaban a la tierra de Juárez y Porfirio Díaz en busca de la sicodélica experiencia.
No sé porque cabrones, un día, una de estas buscadoras de visiones llegó a mi casa, tal vez el jarioso de mi tío la llevó o algún pariente loco se la encargó a mi mamá, lo que sí se es que escucharla hablar una lengua completamente desconocida me hipnotizó, además me veía y dejaba todo lo que estuviera haciendo por ir a abrazarme y besarme. Las carcajadas no se hacían esperar porque yo era conocido como el niño amargado de la cuadra al que nadie podía tocar porque ya estaba yo pidiendo auxilio –Ándale, de la güera si te dejas ¿verdad?-. Me decía mi madre celosa.
Yo no entendía mucho de la vida, lo que sí recuerdo es que la Jipiteca esa me cuadraba, me encantaba y seducía.
Una linda y calurosa mañana oaxaqueña, pasaba yo por el largo corredor de la Mansión Fernández, cuando en una habitación de la casa veo, a dos metros de mí, a la hermosagabacha marihuana completamente desnuda. Es más... la estoy viendo ahorita, podría dibujar sus pechos, su cintura, las piernas y el pubis. Algo me decía que estaba mal que la viera, pero algo más fuerte me hacía que la siguiera viendo. Digamos que se estaba cepillando el pelo cuando me miró, se sonrío y como siempre, desperté en ella el maternal deseo “del abrazo”, la vi venir en cámara lenta, su pechos se movieron con un vaiven ritmico y yo no respiraba. Mientras ella daba un paso, mi madre daba diez ( la santa señora vio todo desde la cocina con el ojo que tienen todas las madres en la nuca) y al segundo paso de la gabacha, Doña Ana Laura había surcado los aires y rescatado a su pequeño crío del abrazo de Venus.
Después de eso no volví a ver a la gringa jamás (ni un pubis tampoco…bueno, al menos en diez años).
Desde ese día veo diferente el mundo, sentí que quería tener una de esas para mí solo ¿Para qué? Ni idea, tenía cinco años y se me acababa de crear una obsesión por la belleza femenina, hoy se que a partir de ese momento me enamoré, me enamoré del sexo opuesto, de lo débil, lo suculento, lo fino, lo delicado… me enamoré de la mujer.
Ana Laura Patiño Talamantes
Hace 5 años